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lunes, 11 de junio de 2012

Mi llegada a BCN


Siempre me acordaré del 27 de agosto de 2011, fue cuando llegué en Barcelona. Aquel día estaba de vacaciones con mi familia en un pueblecito de la Costa Brava, Llançà, y nos fuimos a buscar a mi futura compañera de piso y a su familia a Empuria Brava, así nos conocimos todos y pudo empezar nuestro viaje, bajando l’Alt Emporda con rumbo a Barcelona.
            Llegamos a eso de las once y nos encontramos de repente con un rompecabezas, ¿dónde aparcamos el coche? Tras una hora de intensa búsqueda, encontramos un sitio en un parking subterráneo. Menos mal porque teníamos todos un hambre canina, fuimos a comer a las 12 h 30, no había nadie en la terraza porque ―me percaté más tarde― ¡a la hora francesa sólo comen los franceses! y ahora me parece también que era un poco tempranito.
            Era un día canicular pero una suave brisa nos acariciaba la piel. Mientras acababa mi café, recibí una llamada del dueño del piso que íbamos a alquilar, de repente me subió la adrenalina y me dije: “¡ya no puedes dar marcha atrás!” Mi compañera y yo fuimos a buscar las llaves y localizar el barrio; aquel día descubrimos el Poble Sec, donde pasaríamos los próximos nueve meses… Una vez familiarizados con el lugar, llamamos a nuestras familias para que nos ayudaran a descargar el coche, fue terrible porque vivimos en la tercera planta, ¡hubiera vendido mi alma al diablo por tener un ascensor!
            Una vez terminada la ardua labor de la “mudanza” nos fuimos a pasear por el Paralelo hacia la Plaza de España, me daba la impresión de que el turista que todavía era se transformaría prontito en un verdadero autóctono porque en seguida me gustó el ambiente hechizante de la ciudad; la gente se para en la calle, ve que estás mirando un edificio, se aproxima a ti y te explica su historia, eso me pareció fenomenal porque este tipo de actitud no se encuentra en Francia. Desde mi punto de vista, Barcelona me parece mucho más acogedora que mi ciudad de origen.
            Anduvimos toda la tarde y cuando los pies nos dolían bastante para pararnos, decidimos comer juntos una última vez antes de separarnos, intentamos aprovechar esta cena porque ya empezaba a nacer esta pequeña bola en el estómago que era sinónima de “pronto estaré lejos de vosotros”. A mi parecer, es uno de los momentos más difíciles de tu estancia Erasmus: la llegada ― pero la salida es diez mil veces peor.
            A las once de la noche, fuimos todos al piso a despedirnos, tenía un sentimiento raro que mezclaba excitación y miedo. Creo que la excitación fue más fuerte porque, aquella noche, no me di cuenta de que no iba a ver a mi familia durante cuatro meses.
            Al día siguiente, fue más difícil porque caímos de la nube… Para pensar en otra cosa, fuimos a pasear por el laberinto del Ensanche para aclimatarnos a nuestra nueva ciudad.

3 comentarios:

  1. Me gusta tu cuenta muchisimo Jimmy, yo tambien recuerdo la mudanza dificil porque vivo en el cuarto y no hay ascensor tampoco. Sin embargo es un precio bajo para las vistas que tengo desde mi habitacion. Y estoy totalmente de acuerdo de que la salida será mil veces peor que la llegada!!

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  2. Gracias, espero que hayas pasado una muy buena estancia Erasmus. La salida es difícil pero ahora nunca más seremos extranjeros en BCN. ;-)

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